Bruselas

Francois Lenoir/Reuters

Francois Lenoir/Reuters

Por Alejandro Rodríguez Lafuente

Cuando hace ahora un par de años me pateaba las calles de Bruselas, me llamó mucho la atención la enorme y muy visible implantación islámica en Monbeleek, con territorio propio al lado del centro y la sensación de gueto independiente y desconectado socialmente de una ciudad rica, que por otra parte no transmite en su conjunto, la más mínima idea de pertenencia y sentir común que podemos encontrar en casi cualquier otra población.

Francófona en medio de la región flamenca de un país dividido, plagada de un ir y venir de representantes institucionales de todos los ámbitos y absolutamente ajenos a la ciudad como tal, cierto que dejan el dinero, pero la convierten en una suerte de terminal aeroportuaria sin vínculos locales. Una zona de paso y estancia temporal. Una ciudad que, fuera de los límites turísticos de la Grand Place y cervecerias aledañas, resulta gris, casi negra, fea y sin pulso. Resumiendo, se palpa un escaso entusiasmo en general por la idea de Bruselas como núcleo poblacional orgulloso de ser.

Y claro, este desarraigo descontrolado en su máxima expresión, nos deja este fin de semana, la inaudita e inédita estampa de una capital en medio de Europa, cerrada, fuera de servicio, tomada por el ejército y muy perdida en la situación.