Wittgenstein y el Tractatus logico-philosophicus: el deber de un genio

Por Enrique González, abogado y licenciado en derecho económico y MBA

Con este artículo sobre Ludwig Wittgenstein se pretende una aproximación profana a la figura de este autor y a su obra más famosa, el Tractatus logico-philosophicus.

Ludwig Wittgenstein, el deber de un genio. Así se titula uno de los mejores libros que se han escrito en lengua castellana sobre Wittgenstein, el filósofo ingeniero. Su obra es escasa, oscura y muy difícil de entender para el profano, pero es sin duda una de las cumbres del pensamiento de todos los tiempos. A ello lo acompaña una vida de película, plagada de anécdotas extravagantes. Extraño, callado, solitario, melancólico, amante de la música clásica, terriblemente atormentado y extremadamente sensible, quienes le conocieron aseguraron que influyó de manera extraordinaria en todos los que trataron con él.

Nacido en Viena en 1889, fue el octavo hijo de una familia muy rica. Su padre fue el industrial más poderoso del país, e intentó que sus hijos siguiesen su camino, pero ninguno de ellos tuvo una especial predilección por los negocios. Fue en concreto la música el campo que atrajo a la mayoría de sus hijos, tres de los cuales acabarían muriendo jóvenes.

Ludwig se interesa por la ingeniería y decide irse a la Universidad de Manchester a estudiar. En aquella época trabajaba de forma casi obsesiva, como cuenta uno de sus compañeros: “Wittgenstein hacía caso omiso de la pausa del mediodía para comer y continuaba trabajando hasta la tarde, momento en el que se relajaba ya fuera dándose un baño con agua muy caliente o acudiendo a un concierto de la Hallé Orchestra, donde solía permanecer sentado sin decir una sola palabra, completamente absorto”. Pero pronto sus intereses derivarían hacia el campo de la lógica.

Aunque no llegó nunca a estudiar filosofía en sentido estricto, la lectura de Principia Mathematica de Russel (parece que en realidad no leyó el libro completo), fue clave para su definitivo abandono de la ingeniería. Había encontrado su verdadera vocación.

Tras abordar a Russel en varias ocasiones acabó convenciéndolo de su potencial y Wittgenstein se convirtió en su discípulo predilecto. Corría el año 1911, y por aquel entonces Russel y John Maynard Keynes eran los referentes de la Universidad de Cambridge. Las clases de Russel sobre Lógica atraían a muy poca gente y con frecuencia eran solamente tres los asistentes: C.D. Broad, E.H. Neville y H.T.J Norton. Wittgenstein se unió a aquellas clases, y de su carácter combativo da fe Russel en una de sus cartas fechada el 2 de noviembre de 1911: “Mi ingeniero alemán, creo que es un necio. Cree que nada empírico es cognoscible… le pedí que admitiera que no había ningún rinoceronte en la habitación, pero no lo hizo”. Ya en este momento, el carácter tenaz de Wittgenstein reflejaba lo expresado por la famosa y primera proposición de la que sería su obra magna el Tractatus logico-philosophicus: “El mundo es la totalidad de los hechos, no de las cosas”.

El ambiente de Cambridge le resultaba asfixiante, y por ello decide pasar un año en completo soledad en una cabaña en Noruega. Russel llegó a temer por su vida, pensando que acabaría suicidándose dado su carácter depresivo. Al estallar la Primera Guerra Mundial se alista como voluntario y tras ser capturado, es en el campo de prisioneros de Montecassino donde termina de escribir el Tractatus logico-philosophicus. El libro, publicado en 1921, es tremendamente complejo y está escrito en parágrafos numerados. Como adelanta Russel en su famosa introducción, el libro “trata en primer lugar de la estructura lógica de las proposiciones y de la naturaleza de la inferencia lógica. De aquí pasamos sucesivamente a la teoría del conocimiento, a los principios de la física, a la ética y, finalmente a lo místico (das Mystiche).”

Para comprender al Tractatus, es necesario comprender el problema al que se enfrenta. Los lenguajes que manejamos de una manera espontánea y habitual, dan lugar a trampas, equívocos y paradojas. Wittgenstein quiere hallar la posibilidad de hacer un lenguaje perfecto, que sea una verdadera descripción de la realidad purificada. El Tractatus pretende concretar una teoría del lenguaje, y con ello, una teoría del mundo. La labor, aparentemente sencilla en la esencia, se torna titánica ya que viene a decir que todos los grandes problemas de la filosofía los son, única y exclusivamente, por culpa del lenguaje.

El Tractatus gira alrededor de siete tesis. En él, Wittgenstein intenta describir la estructura del lenguaje proposicional en general y delimitar lo que excede esa estructura; pretende llegar a los límites del lenguaje propio y delimitarlos. El exceso de esos límites es lo que llama “lo inexpresable” o “lo místico”. La séptima tesis del Tractatus es quizá la más famosa: “7. De lo que no se puede hablar, hay que callar”. El propio autor declaró en su prólogo que lo más importante de su obra no era lo que decía, sino precisamente lo que callaba. Quizá, como la mayoría de los humanos.