Ortega y Julián Marías, filósofos en los periódicos

Por Iñigo Val Eguren, profesor del colegio Purísima Concepción de Logroño

En España se ha dado un fenómeno que no estoy seguro de que se haya dado con la misma intensidad en otros países: una relación estrecha entre filósofos y periodistas de la cual se han enriquecido tanto unos como otros y quienes son aún más importantes, los lectores.

Aún no habían barrido los restos de la celebración de Año Nuevo en la Puerta del Sol cuando supimos cómo se iba a llamar este periódico que ya está en los quioscos digitales. Desde esa primera hora no ha dejado de aparecer aquí y allá el nombre de José Ortega y Gasset. «Todos estamos en el negocio de la atención» suele repetir el jefe digital del Museo Metropolitano de Arte de Nueva York, según contaba María Ramírez en su columna de la Edición. El nombre del filósofo madrileño absorbe mi atención con la fuerza de un agujero negro. No es casualidad que se asome Ortega, un hombre rodeado de periodismo desde la cuna. La rebelión de las masas, quizá su obra más conocida, fue apareciendo por entregas en el diario El Sol.

Uno de los mejores discípulos de Ortega, si no el mejor, fue Julián Marías (1914-2005). Marías es uno de esos españoles que habría que evitar que cayeran en el olvido. El mes que viene se cumple el décimo aniversario de su muerte y creo que no se le ha sacado suficiente provecho a su excepcional biografía. Podría ser un estímulo para tantos españoles que ni queremos ser fósiles ni tomar los cielos por asalto.

Marías nació en Valladolid aunque desde los cinco años hasta su muerte vivió en Madrid. En 1931 comenzó sus estudios superiores en la Universidad Central. La Facultad de Filosofía era en aquellos momentos una de las mejores de Europa. Su estrella, su “filósofo franquicia” –en tertulianés deportivo-, era precisamente Ortega, acompañado de Zubiri, Gaos, García Morente, Besteiro y otros. El paso de Marías por las aulas de esa Facultad coincidió exactamente con los años de la República y se licenció en 1936, muy poco antes de que la Guerra Civil arruinara todo. Situado en el bando republicano, su principal “enemigo” fue la guerra misma.

Cuenta en su autobiografía que colaboró estrechamente con Besteiro y con aquellos que deseaban no alargar una guerra ya perdida y alcanzar la mayor concordia posible una vez que los disparos terminaran. Llegada la victoria del bando “nacional”, Marías pasó un tiempo en una cárcel franquista delatado por quien había sido su mejor amigo. Tuvo suerte y dejó atrás las rejas, aunque se le presentó un horizonte poco halagüeño, especialmente en el ámbito académico, su gran vocación, pues comprobó que la docencia universitaria oficial estaba cerrada para él. Con todo, decidió permanecer en nuestro país: exiliado de la España oficial pero no dispuesto a separarse de la sociedad española y resuelto a mantener vivo el legado de sus maestros. Católico y liberal, exponente de la que se ha denominado Tercera España, su proyecto no podía fructificar inmediatamente en aquel suelo. Subsistió a base de escribir libros y colaborar con los cursos que algunas universidades americanas -fundamentalmente femeninas- impartían en Madrid. Este hecho le permitió ser invitado a viajar a Estados Unidos, dar clase en universidades americanas de la talla de Wellesley, Harvard, UCLA o Yale y a relacionarse con algunas personas relevantes de la sociedad norteamericana.

El departamento de Filosofía de Yale le ofreció un puesto fijo que Marías declinó, dado que quería ser fiel a su circunstancia española. Su contacto con el nuevo continente no se limitó a su parte septentrional; como “archiespañol” su pasión por Hispanoamérica fue ilimitada. Tras la muerte de Franco, Marías fue una pieza clave del proceso de Transición a la democracia. Fue senador por designación real en la Legislatura Constituyente (1977-1979) y sus libros sobre la España de aquella hora fueron muy leídos durante el proceso.

Siguiendo la tradición filosófico-periodística, Marías escribió en los periódicos desde muy joven, tanto en este lado del Atlántico como en el americano; y se embarcó en aventuras editoriales: por ejemplo, junto a otras personas influidas por las ideas orteguianas puso dinero para fundar El País, aunque más adelante se desvinculó de esa cabecera. Curiosamente, pasados los años de la dictadura, su liberalismo –no sólo ni principalmente político- le llevó a ser considerado como un escritor “de derechas”. El director de EL ESPAÑOL publicó en El Mundo una carta titulada «Gibelino entre los güelfos, güelfo entre los gibelinos» (transcripción de su intervención en el Teatro Real de Madrid cuando recibió el Premio Montaigne), un título que podríamos aplicar a Marías. En la España de hoy, necesitada de reformas en todos los ámbitos, la biografía de este filósofo nos puede servir de ejemplo. Atención y ejemplaridad, motores de reformas.