Unión Europea: inquietantes preguntas

Por Pedro Peral

La guerra del Islam más radical contra Occidente – ejemplo, la matanza del pasado viernes en París – se juega simultáneamente en otro frente que es de nuestra exclusiva responsabilidad: el suicidio demográfico de la Unión Europea. Veamos.
El equilibrio demográfico se sitúa en 2,1 hijos por mujer, índice de natalidad que no alcanza ningún país miembro de la Unión Europea: por ejemplo, Francia, 1,99; Alemania, 1,40; España 1,32 e Italia 1,20.

En el año 2.050, la población europea de más de 60 años oscilará alrededor del 40%, con lo que al ritmo actual, según el escritor norteamericano Philip Longman, casi el 60% de la población carecerá de hermanos, primos o tíos.

¿Por qué los europeos no se atreven a sacar conclusiones de esta bancarrota demográfica que amenaza a su bienestar social, a los servicios médicos y a los sistemas de pensiones?

Pero, sobre todo, y es la cuestión de la máxima urgencia ¿por qué Europa está cometiendo un verdadero suicidio demográfico mediante una despoblación sistemática?
El suicidio demográfico europeo se añade a que se han instalado en Europa millones de emigrantes ilegales islámicos procedentes de Oriente Próximo y norte de África. Aunque esos emigrantes puedan llegar a ser buenos demócratas y se comprometan con la libertad religiosa, existe otra alternativa: la geografía del Islam se ha hecho transportable. Los musulmanes que abandonan sus países, llevan consigo su propia fe. Para el activista político musulmán Sayyid Qutb: “Un musulmán no tiene más nacionalidad que su fe. Podemos compartir otras nacionalidades pero nosotros pertenecemos a nuestra propia religión”.

Respecto a la deseada integración, el historiador británico Niall Ferguson escribe: “Se puede pensar que el resultado sea la lenta islamización de un cristianismo decadente: mientras los europeos autóctonos se hacen cada vez más viejos y su religión se va debilitando, las colonias musulmanas afincadas en sus ciudades son cada vez más prolíferas y su observancia religiosa más patente”.

Y, ¿por qué tantos reconocidos intelectuales europeos son “cristofóbicos”, y cómo es posible que existan burdas caricaturas del Cristianismo, como presentar en televisión la Eucaristía como un “bocadillo religioso”, burla que jamás seria tolerable sobre el judaísmo o el Islam?

Para el norteamericano George Weigel “una Europa cristiana no es necesaria o exclusivamente una Europa confesional. Es una Europa que respeta sin límites la igualdad de sus ciudadanos: creyentes y no creyentes, cristianos y no cristianos”.
La doctrina social católica, basada en los principios de la ley natural y que propone la visión de una sociedad libre, puede ser aceptada por cualquier ciudadano europeo al ofrecer unos principios ecuménicos e interreligiosos capaces de crear un diálogo fecundo que comprometa a todos.

Para Weigel la futura prosperidad de Europa exige redescubrir la ética en el trabajo, liberar las burocracias de sus trabas nacionales, y resolver el problema de los riesgos que comportan los sistemas de pensiones y los programas de asistencia sanitaria y bienestar social.

No es verdad, como se dice en ocasiones, que el hombre no puede organizar el mundo de espaldas a Dios. Lo que sí es verdad es que el hombre, si prescinde de Dios, lo único que puede organizar es un mundo contra el hombre.