Esta es otra guerra

Denis Balibouse/Reuters

Denis Balibouse/Reuters

Por Pilar Encuentra

Ahora Europa está de luto. Es hora de llorar y rezar. Silenciosamente. Tal como están haciendo los parisinos frente a sus altares laicos. Circulan por las pantallas de los teléfonos móviles crespones y oraciones para acompañar a los franceses en su pesar. Para darles calor masivo, calor humano, que es casi el único alivio ante el dolor hondo que causa la muerte. Recemos, pues. Ahora, lloremos. Pero enseguida hay que ponerse a pensar. A pensar sin moldes. Porque nuestros viejos esquemas han quedado desfasados. Inservibles. Son inútiles. ¿No es inútil la OTAN con sus bombas nucleares? Se creó para darnos seguridad y no nos la da en esta guerra en la que nos anuncian que estamos y que parece ser la primera gran conclusión tras los atentados de París. No nos la da porque esta es otra guerra. Y no porque sea una nueva guerra, sino porque es una guerra nueva.

Y como es nueva, hay que luchar de una forma nueva. Todos parecen de acuerdo en eso. Los gobernantes e incluso los militares. El tercer milenio no empezó en el 2000, como esperaban los milenaristas, que siempre leen los signos de los tiempos en sentido literal y siempre se equivocan. Como se equivocan los fundamentalistas religiosos que leen los libros sagrados al pie de la letra. En el primer caso es una simple cuestión de infantilismo. En el segundo, de incultura. Leen los tiempos y libros como los párvulos: de uno en uno, letra a letra; sin ahondar, sin captar el sentido, sin razonar. El tercer milenio empezó el 11S. Y las réplicas de ese terremoto global se han dejado sentir, y mucho, en Madrid, en Londres y en París.

A nuevo milenio, armas nuevas. A vino nuevo, odres nuevas, dice Jesús en el evangelio. ¿Conocen este mensaje de Jesús -que dijo de sí mismo que es "camino, verdad y vida"- los escolares franceses? ¿Saben que el primero que habló de fraternidad fue Jesús de Nazaret porque dijo que Dios es Padre y por lo tanto los hombres somos hermanos? Seguramente, no. Están convencidos de que el concepto fue inventado por la Santa República. La iglesia católica no habla, por lo menos con micrófonos. Tal vez porque teme poner el dedo en una llaga que está sangrando. Pero creo que las voces más lúcidas y autorizadas de las principales religiones, especialmente del Cristianismo y el Islam, deberían hablar ahora. Entre sí y públicamente.

Porque esto es una guerra, sí. La ha declarado la barbarie contra la civilización. Estamos de acuerdo. Pero hay que profundizar en el concepto "civilización". Porque la civilización europea tiene raíces cristianas, tal como osó recordar el papa emérito, Benedicto XVI, que pidió que se incluyera esta realidad histórica en la Constitución europea, y casi se lo comieron. Poco después, aquella Constitución que tenía vocación de consolidar la Unión Europea fue abortada. Los pilares se tambalean si no tienen fundamentos que los sostengan.

"Señor, nos has hecho para ti y nuestro corazón está inquieto hasta que descansa en ti", escribió el inquieto intelectual y sincero buscador de la verdad que fue Agustín de Hipona en su autobiografía Las Confesiones, reconocida como una de las obras cumbre del pensamiento. Y si esa frase está incluida en una gran obra escrita por un gran hombre hay que tomarla en consideración y no confundirla con un tuit, aunque tenga más o menos los mismos caracteres. El laicismo la ha ignorado. Tal vez con la intención de preservar la sana distinción entre religión y política, se ha equivocado. A Dios se le niega si no se le coloca en el puesto de cabeza: su único lugar posible es el primero.

Hace falta cultura religiosa. Los jóvenes franceses y los europeos necesitan una buena educación, que no excluya ninguna disciplina importante. Y en una educación integral resulta ineludible la enseñanza religiosa. Esa es el arma nueva. Nuestra mejor defensa en esta guerra nueva. En estos tiempos de globalización y mestizaje, inevitable y deseable, es más necesaria que nunca. Han de ser capaces de distinguir la religión de la secta y purificar los verdaderos credos de todo fundamentalismo. La educación racional está bien. Pero por sí sola resulta inconsistente. Le falta nervio. Grandes ideales. Fundamentos. El espíritu joven los necesita y los reclama sin saberlo. Sin esos fundamentos, le falta talla y resulta demasiado enclenque. Como un barro inconsistente y demasiado moldeable.