La irreverencia de los servicios públicos

Por José Manuel Flomesta Abenza

Continuamente asistimos a una cruenta batalla entre los defensores de "lo público", frente a quienes defienden que una gestión privada de los servicios no solo resultaría más eficaz, sino también más barata para el grueso de los ciudadanos.

Cuando hablamos de que un servicio es público, hay que tener en cuenta que nada lo es. Y tampoco es gratuito. Para que algo no cueste dinero a una persona, antes ha tenido que ser sufragado por el resto de la sociedad. Las políticas basadas en la "defensa de los servicios públicos" realmente se convierte en políticas en defensa del robo sistemático a los ciudadanos.

La existencia de barreras de entrada, por ejemplo, en el transporte ferroviario, devienen en la falta de competencia y, por ende, de alguna forma "justifica" que RENFE pueda seguir prestando un servicio, a pesar de la mala calidad del mismo. No parece ilógico pensar que una apertura del mercado ferroviario produciría una mayor competencia en precios y en una mejora de los servicios. De manera similar a lo sucedido con las telecomunicaciones, donde Telefónica mantenía una posición de poder (en buena medida, favorecida por los diferentes gobiernos), y donde ahora, con la liberalización del sector, hay más y mejores ofertas competitivas, tanto en precio como en servicios.

No sucede lo mismo al hablar de sectores fuertemente intervenidos, donde la supuesta liberalización apenas supone beneficios palpables, debido a la manipulación que, desde diversos estamentos interesados, realizan sobre los costes y precios finales. Así, por ejemplo, la liberalización en el sector energético no se ve reflejada en una bajada de precios, debido a los impuestos que, desde el gobierno, se impone a las empresas distribuidoras.

La privatización de la educación, por ejemplo, supone el caballo de batalla por excelencia de los "inmovilistas" frente a los que abogan por mejorar la educación. Así, la educación actual se basa en una estandarización tanto de objetivos como de metodologías, creando seres clónicos desde la más temprana edad. Es como si se deseara eliminar por completo cualquier atisbo de creatividad que pudiera hacer que se cuestionase el sistema. Desde ese punto de vista, nos acercaríamos más a "un mundo feliz" que a un mundo realmente libre.

Se hace necesaria una mayor lucha por una sociedad donde prime el individuo, por encima de luchas partidistas o de intereses dirigidos. El individuo, como persona responsable, sabe qué es lo mejor para sí mismo, sin tener que recurrir a "Papá-Estado" para que piense por él.