Quieto todo el mundo

Por Jesús Vicioso Hoyo

A Carmen Forcadell le han faltado bigote, tricornio y escopeta, pero no le han hecho falta para dejar unos cuantos ‘tiros’ en el Parlamento de Cataluña. Y no se han quedado fijados precisamente en el techo, para que luego los visitantes los busquen como locos en las fiestas de guardar. Sus efectos han quedado grabados en la gente que no da crédito a lo que está sucediendo.

Dentro de la cámara, unos golpistas votaban algo con tanto sentido como si los pisos pares se separasen de los impares en un bloque de vecinos. Fuera, un grupo de jadeantes que por lo visto estaban trabajando por la causa esperaba el resultado de la votación y, como si estuviese todo pendiente de un hilo, se han puesto a aplaudir ¡y hasta llorar de la emoción! Imagino que todo porque después los golpistas les repartirían bocadillos de butifarra y copas de plástico (de los chinos) con cava.

En la televisión, ha habido un programa que ha retransmitido todo como si fuese un partido de fútbol, pero con música de fondo en plan ‘Misión imposible’; pura tensión ‘hollywoodiense’ que, oiga, ha cautivado la atención, eh. Imagino que Tom Cruise estaría por allí, quizá cerca de la presidenta del Parlamento, jefa de todo el cotarro, porque presidente elegido no hay a día de hoy.

Ahora bien. Si alguien piensa que el esperpento del independentismo ha llegado ya a su culmen, anda muy equivocado. El culmen llegará esta tarde-noche a las casas de los más independentistas, de los más catalanistas, que llegarán a sus casas y besarán a sus familiares como si no hubiese mañana en unos salones en cuyos rincones hay álbumes de fotos de ellos mismos en Andalucía o Extremadura con sus hermanos, padres, tíos y abuelos.

Forcadell no ha pronunciado la frase, pero quizá la tenía en la punta de la lengua: “¡Quieto todo el mundo! ¡Se sienten, coño!”. Como si ella y los suyos fuesen los legítimos, los dueños del pasado, presente y futuro. Qué pena.