El solazado estilo presidencial

Por Jorge Estévez García

Bajamos convenientemente el debate, merced al nivel de los concurrentes, a la altura que marca el listón de la ortodoxia etílica, en mitad de lo más granado del pozo subhumano de las barras de bar a deshoras. Y así de puestos, cuando el puntito de elocuencia de los dos primeros chatos de vino se marchó en el tren de las tragaderas como cántaras, alcanzamos el estado filibustero nacional, el propio del desnortado espacio político patrio, tan alborotado de un tiempo a esta parte gracias el grave estado que presenta el problema catalán (no sólo). Cataluña como problema presenta todos los síntomas de la profusa panoplia hispana en temas del centrifugismo histórico que nos caracteriza: hachazos barriobajeros; estocadas ciegas de furia fratricida; repentinos cambios de bando; exaltación de símbolos caciquiles… no hay mayores ni mejores argumentos.

Es la palabra del bárbaro colérico, enceguecido de raza, mito, bandera y tribu. El martillo catalán hendiendo los clavos de su propio ataúd hasta el corazón mismo de toda España. Que no hay como suicidarse llevándose por delante a cuantos se oponen. Hemos invertido más tiempo en no resolver este problema del que habríamos gastado en solucionarlo por la vía natural de las cosas. Pero claro, no somos los españoles gente dada a las simplezas en materia política, ni mucho menos. Si además concurren hechos diferenciales, lenguas propias, tresporcientos identitarios y alguna barretina díscola, entonces nos ponemos estupendos, de natural espléndidos.

Así las cosas, ha ocurrido lo que era de esperar por parte de la parte agraviada, España toda, con su Gobierno a la cabeza: la nada.

Los tribunales, convenientemente abstinentes por mor del letargo habitual, el estado natural de la justicia en España, ecléctica. La Administración del Estado, tan enorme, tan dotada ella, a la espera de las instrucciones del Gobierno de la Nación. El Gobierno de la Nación, aguardando, imagino, a las conclusiones del oráculo de Delfos.

Y digo yo que, si no estamos ya en mitad de la Carneia, si atrás dejamos la voraz canícula que nos ha oprimido estos meses atrás, y que bien pudiera ser, también, motivo suficiente de inacción por el sofoco que padecimos, entonces, si nuestro Presidente lo estima oportuno, pudiera ser un oportunísimo momento de hacer algo, si no es mucha la molestia.

¡Ah! Las elecciones generales…