Fernando Trueba y la deserción

EFE/Nacho Gallego

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Por Pablo Díaz-Pintado

“En este país hemos luchado durante muchos años por la libertad de expresión y de pensamiento para que todos pudiéramos hablar sin miedo”, ha dicho Fernando Trueba durante un reciente encuentro con la prensa con motivo de la concesión de la Espiga de Honor de la Seminci. Su intervención en Valladolid ha llegado algunas semanas después de la polémica que generaron sus palabras en el acto de entrega del Premio Nacional de Cinematografía, cuando confesó, en presencia del ministro de Cultura, que no se había sentido español ni cinco minutos de su vida.

Fernando Trueba está en su derecho de decir lo que piensa, si es que de verdad piensa lo que dice. Es decir, puede sentirse anti español, o terriblemente apenado porque una España heroica derrotara en la Guerra de la Independencia al ejército francés, y puede, igualmente, anhelar la herencia del imperialismo bonapartista de principios del siglo XIX. También puede desear fervientemente que la selección española sea carne de cañón ante todos los equipos extranjeros a los que se enfrente. Trueba puede ser “nada” o, simplemente, un “desertor”, a fin de cuentas es su decisión personal. “A mí, la palabra que más me gusta del diccionario”, declaró el cineasta ante un atónito Íñigo Méndez de Vigo, “es ‘nada’ y luego ‘desertor’. Nunca he tenido un sentimiento nacional. Siempre he pensado que en caso de guerra, yo iría siempre con el enemigo. Qué pena que España ganara la Guerra de Independencia. Me hubiera gustado que ganara Francia. Nunca me he sentido español, ni cinco minutos. Siempre he estado a favor de las selecciones de los otros países (…)”.

Allá él, no será el primero ni el último que en este país escupa hacia arriba, pero dado que aprovecha su proyección social para hacer públicas sus intimidades, tal vez cabría invitarle a que mostrara algo más de coherencia. Porque vamos a ver, ¿quién obliga a Fernando Trueba a aceptar el Premio Nacional de Cinematografía que concede el Gobierno español? ¿Quién empuja al muy independiente cineasta a embolsarse las subvenciones millonarias que salen de los Presupuestos Generales del Estado? ¿Le persigue algún cilicio españolista con patas para fustigarle y conminarle a hacer lo que tanto detesta? No, ¿verdad? Pues, entonces, lo menos que se podría esperar de quien dice que en caso de guerra siempre iría con el enemigo es que, al menos, tenga la dignidad de no envilecerse recibiendo dinero y premios de ese país al que trata con semejante desprecio. Es posible, claro está, que los menos de cinco minutos en los que implícitamente confiesa haberse sentido español sean, precisamente, los que haya empleado en coger la pasta y las subvenciones públicas.

Ahora, una semanas después de cobrar los 30.000 euros del Premio Nacional de Cinematografía, parece que el cineasta madrileño pretende vacunarse contra el efecto viral de sus declaraciones. “No he ofendido a nadie”, sostiene con desparpajo, mientras aguarda a recibir otro premio más en el Festival Internacional de Cine de Valladolid, muy noble y castellana ciudad de su malquerida España. Pues sí, Trueba, has ofendido a mucha gente. Por ejemplo, a la mayoría de los españoles que están orgullosos de serlo y que respetan y honran la memoria de quienes han luchado por preservar su independencia. Y, evidentemente, a esos muchos millones de compatriotas que nunca han recibido premios ni ayudas públicas por hacer honradamente su trabajo.

Hace un par de semanas, el ex ministro socialista José Luis Corcuera comentaba en un programa de televisión que si él hubiera sido el ministro de Cultura durante el acto de entrega del Premio Nacional de Cinematografía, no hubiera dudado un segundo en declarar desierto el galardón. Y a propósito de los premios, el propio Trueba ha señalado que le producen “cierto miedo” porque, en su opinión, “hacen a la gente más débil, más tonta y más vieja”. No puedo estar más de acuerdo ni con Corcuera ni, por supuesto, con Fernando Trueba.