Riesgos y peligros del Periscope

Por José Julio de la Fuente (@juliodirecto)

Muchos a estas alturas ya conoceréis Periscope, una nueva red social propiedad de Twitter que está revolucionando al público joven, ávido de incorporar por fin el vídeo en directo a sus relaciones por Internet. Y es que Periscope, al igual que su hermano Meerkat, ha nacido para quedarse. Móvil en mano, podemos retransmitir a tiempo real casi todo lo que deseamos mientras nuestros seguidores nos escriben lo que quieren.

Se trata, en realidad, de dar movilidad al Skype abriéndolo a nuestra comunidad. Una herramienta en el afán humano de emular el poder del Gran Hermano orwelliano o del panóptico de Foucault, pero siendo nosotros el propio Ministerio de la Verdad y los propios vigilantes de la torre.

La herramienta, que nació a principios de este año, ya acumula millones de seguidores. Y de su popularidad subyacen, como se preveía, algunas polémicas. La última ha sido la de Whitney Beall, una conductora de Florida de 23 años que en una noche de desenfreno decidió emitir en esta app cómo conducía borracha.

En Periscope no está todo permitido. Sus reglas impiden publicar contenido que tenga intención de incitar a la violencia o a actividades ilegales o peligrosas. Por ejemplo, muestras de abuso infantil, abuso animal o daño físico. Eso sí, permite publicaciones delicadas cuando sean artísticas, científicas o de valor informativo. Por ejemplo, un periodista o cualquier persona puede retransmitir un bombardeo en Siria o una violenta carga policial en una manifestación.

Tampoco permiten contenido pornográfico o abiertamente sexual. Sin embargo, no es difícil encontrarte retransmisiones pornográficas caseras a doquier. Nada nuevo bajo el sol. A otras plataformas como Vine o Snapchat también les pasó lo mismo al principio. Se llenaron de exhibicionistas y voyeurs, incluso modelos como Nora Segura aprovechan estas aplicaciones para sesiones ligeras de ropa.

Otro campo de batalla son los derechos de imagen. Cuando en abril se estrenó la quinta temporada de Juego de Tronos, muchos usuarios lo retransmitieron, lo que provocó una protesta formal de HBO, emisora de la serie, a Twitter. El problema eclosionó cuando decenas de periscoperos retransmitieron el combate de boxeo entre Floyd Mayweather y Manny Pacquiao, el más caro de la historia de la tele de pago en EEUU. De nuevo, HBO y Showtime, que compartían los derechos, conminaron a la compañía a detener las emisiones ilegales del combate. Pudieron cerrar algunas, pero no les dio tiempo a todas.

En España aún no ha llegado este debate pero no tardará mucho en hacerlo cuando decenas de aficionados comiencen a retransmitir en directo un derbi Real Madrid-F.C. Barcelona, por ejemplo. Aquí la última palabra la tiene el responsable del control sobre el acceso a un determinado recinto deportivo, en este caso al Camp Nou o al Bernabéu. Son los clubes los que pueden o no prohibir la entrada a determinadas personas o utilizar dentro herramientas de retransmisión. De hecho, en muchas entradas ya se somete al comprador a una serie de términos que suelen incluir la prohibición de grabar o emitir el partido. No hay problema, en cambio, si el evento es en la calle o en un espacio público.

Para las televisiones de pago no se trata de una posible pérdida de clientes. Porque no nos engañemos, ¿realmente alguien piensa que un futbolero de pro va a dejar de contratar la señal televisiva o bajar al bar por ver cómo cualquiera graba una parte pequeña de un partido en Periscope? ¿Pediría Telefónica a Twitter que controle todas las retransmisiones ilegales en Periscope? Lo dudo, porque aunque técnicamente sea posible, resultaría muy costoso y complejo para la compañía limitar transmisiones que vienen y van en tiempo real.

La cuestión es que al medio televisivo, ya preocupado de por sí por el auge de Internet, le puede salir ahora un competidor de andar por casa que interactúa en tiempo real con otros, y que puede generar una pequeña industria del pirateo. Por tanto, a mi entender, la estrategia debería pasar por evitar el conflicto, evitar batallas judiciales y mediáticas absurdas, hacer unos seguimientos discretos de las grabaciones y descubrir por parte de los organizadores de eventos nuevas formas de explotación que pueden serles beneficiosas y asumir que la interacción entre los espectadores de un mismo evento son tan humanas como el ligar. Periscope, como a la Red, no se le pueden poner puertas al campo. Es imposible.