No me toreen

EFE/Rafa Alcaide

EFE/Rafa Alcaide

Por Sergio López

No me gustan los toros. No me gusta el teatro. No me gusta la ópera. No me gusta la danza. No me gusta la pintura. No me gusta la escultura... reconozco que es un defecto mío, una tara. Quizás mi mente no haya sido entrenada o no esté capacitada para apreciar todas estas expresiones artísticas. Sin embargo, comprendo que haya gente que disfrute con ello. En cualquier caso, nunca se me ocurriría prohibirlas.

Para el caso particular de la tauromaquia, algunos piensan que debe ser abolida porque los toros tienen derechos, el animal sufre, etc. Nada de eso es cierto. Veamos.

Los toros, como el resto de los animales, no tienen derechos. Que los humanos no tengamos derecho a maltratar a los animales no les otorga automáticamente derechos. Que yo no tenga derecho a cavar un hoyo en mitad de la Gran Vía madrileña no significa que el asfalto y el hormigón tengan derechos. Simplemente, no puedo cavar un hoyo allí. Fernando Luna lo explica perfectamente en este post, con unos argumentos tan demoledores que no puedo hacer otra cosa que reproducirlos íntegramente:

"El derecho, entendido como conjunto de principios y normas expresivos de una idea de justicia y orden, regula las relaciones humanas en sociedad. No es, pues, una cualidad connatural de los seres vivos sino fruto de una actividad humana tras un proceso reglado y racional que resulta ajeno a los animales. Solo los humanos somos titulares de derechos porque tenemos conciencia de lo justo y lo injusto, de lo bueno y de lo malo, en tanto que el animal actúa por instinto.

El ordenamiento jurídico confiere a los humanos obligaciones hacia los animales, pero no se corresponde con la titularidad de derecho alguno por parte de estos, sino con el acatamiento de las responsabilidades de alcance bioético que el hombre tiene para con los animales y, más aún, con el medio natural en el que habita, acorde con la sensibilidad social actual.

Este imperativo ético quiebra cuando al animal se le ocasiona un sufrimiento innecesario y gratuito, entendiendo por tal el que paralelamente no satisface ninguna necesidad humana ni la finalidad para la que es criado (…).

Focalizar el maltrato animal en el toreo, afirmando que los aficionados acuden a los festejos para ver sufrir a un animal y abstrayéndolo de las connotaciones estéticas y culturales, supone una falacia reduccionista sin igual, una doble moral inaceptable y, aún peor, sojuzgar la libertad de algunos sobre la base de una falsa superioridad moral de otros.”

En cuanto al sufrimiento del toro, varios estudios científicos concluyen que en situaciones de estrés los toros de lidia liberan unas hormonas (meta-encefalinas y beta-endorfinas) que bloquean la recepción del dolor. No he encontrado ningún estudio que diga lo contrario, por lo que poco más se puede añadir. Es cierto que el toro acaba muriendo, pero no es menos cierto que criamos, engordamos y sacrificamos a millones de pollos, cerdos, corderos, terneros y todo tipo de seres vivos para alimentarnos, con el agravante de que ni siquiera éstos pueden defenderse; los toros sí.

Entendiendo que muchas personas (entre las que me encuentro) no se sientan atraídas por la tauromaquia, pero atrae a la gente necesaria para justificar su existencia. Los aficionados taurinos hacen que el negocio sea sostenible: en 2014 el sector del toreo alcanzó una cifra de negocio de 3.550 millones de euros, recaudando en IVA unos 139 millones y dando empleo directa e indirectamente a casi 200.000 personas. Los toros se acabarán cuando la gente deje de ir a verlos, ni antes ni después.

Lo que no puedo entender es que haya colectivos antitaurinos (generalmente a favor del aborto) e instituciones públicas con ansias prohibicionistas que, con argumentos abiertamente discutibles, vulneren derechos individuales que sí existen y están plenamente reconocidos como son el derecho a la libertad de expresión, el derecho a la libertad de asociación y el derecho a la libertad de empresa, entre otros.

Estas administraciones, generalmente en manos de la izquierda y de los nacionalistas, legislan arbitrariamente contra parte de la ciudadanía en aras de la protección de los animales, sin ocultar su ignorancia ni su sectarismo ideológico y promoviendo el ataque contra todo lo que consideran genuinamente español. La tauromaquia, como patrimonio histórico y cultural común de todos los españoles, no podía quedar al margen de sus fechorías. Es realmente preocupante.

Y que conste que a mí no me gustan los toros.