Jarre, a vueltas con la electrónica

Por Lucas González Ojeda

Vuelve Jarre con cuarenta años de carrera a sus espaldas y eso, lógicamente, pesa. Y lo hace tras el fiasco de su último disco, el infumable Teo&Tea (2007). Si de Jarre puede predicarse una virtud esa es la de 'humanizar' el tan ortegiano arte (musical) deshumanizado de los electro-alemanes Tangerine Dream y Kraftwerk. Su singularidad radicó en atraer hacia el lado de la creación romántica las tan robóticas y frías composiciones de la incipiente electrónica de los primeros setenta, y por tanto, construir un universo digerible para las masas a partir de instrumentos electrónicos.

Esa particular cualidad, junto con la búsqueda incansable de nuevos sonidos, fue marca de la casa en sus ya lejanas obras maestras: Zoolook (1984), Équinoxe (1978), Chronologie (1993), Rendez-Vous (1986) o su opera prima, con permiso de los primeros juegos, Oxygène (1976). No sorprenderá afirmar que no hay que esperar encontrar en Electronica (2015) un disco a la altura de aquellos espectaculares primeros veinte años de carrera del francés. En esta ocasión Jarre, que ya roza la condición de septuagenario, se ha rodeado de muchos de sus hermanos, hijos e incluso nietos musicales que lo veneran como se adora ya a un rival inofensivo. Quince colaboraciones (Vince Clarke aparece en dos temas) del más diverso pelaje.

Y ahí radica uno de las primeras contradicciones de este disco: el músico lyonnais tan purista siempre de los álbumes conceptuales nos presenta un conjunto inconsistente y casi deslavazado de temas muy diferentes. Una característica en común, eso sí: salvo alguna excepción, como la excelente Zero Gravity compuesta junto con los restos de Tangerine Dream, el disco respira tecno-pop por los cuatro costados, como si Miró tuviera-a la vejez viruelas- que reivindicarse en su capacidad de hacer retratos.

Así las cosas, uno puede enfrentarse al disco sin obsesiones ni prejuicios y encontrarse, entonces sí, con un conjunto notable de temas, trufado por otros de menor nivel. Jarre fue un brillante fabricante de sonidos y melodías, aunque la sequía de unos y otros en los últimos lustros lo ha llevado a la no poco inteligente estrategia de encontrarse con un buen número de socios; el resultado es en muchos de los casos más que refrescante; en otros altamente decepcionante.

Sus tradicionales atmósferas aparecen ya desde la notable Time Machine (Boys Noize) que incorpora ya detalles de su bien afilada para sus conciertos arpa de láser, que también transita junto al piano de Lang Lang por la enigmática The Train&The River. El primer gatillazo lo trae M83 y la prescindible Glory, banda sonora para publicitar seguros de vida, aunque rápidamente la extraordinaria Close your eyes (Air) nos recuerda al mejor Jarre de los setenta con relevante presencia de los fairlights y vocoders.

Los ochenta más petardos los trae el Erasure-exYazoo-exDepeche Mode Vince Clarke con Automatic (una pena no haber contado mejor con Martin Gore) y la kitsch If! de Little Boots, este último tema el más bailongo y quizá el más flojo del disco. Muy destacables son los siguientes: Inmortals (Fuck buttons) y Suns have gone (Moby) que pasando por alto el machacón Conquistador (Gessafelstein) nos llevan al sorprendente y muy potente Travelator, pt.2 compuesto junto a Pete Townshend de The Who.

La ya nombrada Zero Gravity, de la mano de los míticos Tangerine Dream, resulta en una muy interesante recreación de texturas sonoras que bien pudiera ser el tema que satisfaga más a los puristas jarrianos. Laurie Anderson presente en la grandiosa Diva (1984) del propio Jarre, patina esta vez con Rely on me para dar paso a las reminiscencias trip-hop de otro de los grandes temas del álbum, Watching you, parido con mucho dolor por el músico francés junto a Robert del Naja, alma mater de Massive Attack, no sin antes haber tenido que pagar el peaje postmoderno del trance de Armin Van Buuren (Stardust). La cuota cinematográfica, serie B, la pone John Carpenter con A question of blood que deviene en un efectivo, aunque no del todo bien ejecutado, instrumento para trasladarnos al mundo del terror.

En definitiva, un álbum que no pasará a la selecta historia de los grandes mundos sonoros de Jarre, pero que puesto en perspectiva es, probablemente, de lo mejor que a estas alturas podía ofrecernos el genio de los sintetizadores.