Paremos la descomposición de España

Por Jonás Gámez

La situación cada vez más insostenible del culebrón catalán y los continuos casos de corrupción que salen a la luz hacen pensar con más ahínco que la solución no debe pasar por el inmovilismo, sino por un nuevo marco jurídico con el que se levanten las alfombras y se abran las ventanas. Si además tenemos en cuenta que la solución de los problemas de España está en manos de los punkis, los comunistas y los radicales, entonces la reforma parece apremiante.

El Estado de las Autonomías actual es un sistema que ha funcionado relativamente bien durante los años posteriores a la transición, pero en la actualidad supone un modelo anquilosado para la España de ahora. Porque no nos engañemos, el estado de las autonomías actual es un marco asimétrico que fomenta las desigualdades entre los españoles y que no satisface ni a los que desean más independencia del estado central, ni a los centralistas que ven como la asimetría provee de privilegios a unas comunidades autónomas sobre otras.

Hemos sustituido la gomina, el manos libres y el coche oficial por los punkis, los perros y las flautas. Por los aretes, por las porras, por los grilletes. Por el calabozo de los que tiraron nuestro gozo a un pozo. Por los mentirosos, por los insolentes, por los indecentes. Somos un país único e inigualable en el que los radicales ocupan la tribuna de Congreso rompiendo ejemplares de su Constitución ante la pasividad del mundo que les rodeaba. Y donde personas imputadas ocupan cargos públicos de forma continuada sin que apenas den cuenta de ello.

Solo hay dos culpables de que los punkis y los pijos ácratas quieran cargarse España y estos son los responsables del “turnismo”. Por mirar para otro lado cuando lo llevaban crudo. Por pactar con ellos cuando sus mayorías quedaban coartadas en el Congreso. Por eso, cuanto menos dinero pase por manos de los políticos, menos riesgo de fuga de capital (Economistas de España, ¡disculpen el paralelismo!) Y por eso, es necesaria una reforma de la Constitución, si no queremos que la minoría deje de serlo para referirse a la Carta Magna como “ese libraco”, a tenor de las palabras de Alas Clarín.

Lo más importante de un cambio de modelo no es la propia denominación en sí, sino el aprovechamiento de esa coyuntura de cambio para hacer una reordenación del pandemónium de las competencias. La idea precisamente es crear federaciones simétricas, en las cuales todas los territorios tengan el mismo poder y las mismas competencias, y que el Super Estado central sea poseedora de las vertebradoras, como es Educación, Defensa e Interior. Clarificar las que tienen los estados y retornar competencias al Estado Central. Este es el gran paso para revertir la descomposición de España.

Y, ¿cómo sería la vida para un ciudadano de una España federal? Pues para empezar sus intereses estarían bien representados en una cámara con poder legislativo, como es el Senado. En la actualidad el Senado es el cementerio de elefantes donde se entierra a los políticos que nadie quiere. Hablamos de un nuevo concepto, en el que los territorios deciden sobre sus competencias, pero que ante cuestiones que influyen a más estados se debatan de una forma sana y equilibrada en un Senado realmente útil. Se terminaría la mamandurria.

Otro punto a tener en cuenta es la renuncia expresa a la secesión de aquellos territorios que poseen irrefrenables tentaciones independentistas. Sencillamente no se entiende crear una federación para que posteriormente uno de los territorios se independice. La independencia de Cataluña, País Vasco o Galicia no cabría en una España federal.

Que España se convierta en Federal supone la adecuación de las instituciones al nuevo tiempo. Y que se adecuen las instituciones al nuevo tiempo supone que se crean mecanismos de control a los políticos y funcionarios. Y continuando con la concatenación, que se instauren mecanismos de control a políticos y funcionarios. Y ante esta coyuntura se podría mejorar la ley electoral. Todo ello a su vez favorece que se puedan democratizar los partidos. Y por supuesto que se cree más y mejor empleo.

Un cambio en la dirección correcta no debe suponer un empeoramiento de las condiciones de vida de los ciudadanos, sino todo lo contrario.