El Español europolita

Por Jorge Tanarro Colodrón

El 7 de octubre de 2015 nace El Español en Internet mientras los líderes de Europa, Angela Merkel y François Hollande, alemana y francés, popular y socialista, protestante y agnóstico, mujer y hombre; se dirigen al Parlamento Europeo, juntos, para hablar de crisis. ¿Un fantasma recorre Europa? No, es la realidad política que vivimos aquí y ahora. El sentimiento y la experiencia de que nuestros intereses han cambiado de nacionales a continentales. De particulares a generales.

Soy español, nacido en Madrid, generación Y, varón y algo calvo. Esta es mi circunstancia, no mi mérito, no hay orgullo alguno en ello. En efecto, hay veces en que me siento español; ciertos momentos, más madrileño; más a menudo me siento varón y parte de una generación particular; y muy de tarde en tarde, cuando me atrapan dos espejos enfrentados, me siento un poco calvo.

A veces estos sentimientos son agradables, otras veces no, a veces son más intensos, a veces se olvidan… así que para qué hablar de chismes y cursilerías. Lo que cuenta, es que mi circunstancia me permite expresar libremente mis ideas, sabiendo que hablar en español me hace comprensible para más de 400 millones de personas; y que hablar en digital, por Internet, convierte este mensaje en una conversación global. Con esto, me considero afortunado de mi circunstancia y me cuesta entender al que compartiendo sus ingredientes más interesantes los maldice obsesionado por hacerlos desaparecer.

Me cuesta entender, porque uno de los ingredientes Premium de mi circunstancia es el pasaporte español. La llave maestra de Europa que disuelve todas sus fronteras. La membresía del proyecto político más increíble de la Historia y probablemente el mayor logro cosmopolita que ha visto el hombre hasta hoy: La Unión Europea. Y no es el primer intento, el cosmopolitismo es una de las convicciones políticas más antiguas de la Historia (ya Demócrito afirmaba que “para el hombre sabio toda la tierra es accesible; pues del alma buena es patria todo el Kosmos”) aunque sea hoy una de las menos defendidas. El adjetivo "cosmopolita" se utiliza ya poco como la RAE lo describe. Aparece casi nunca en una discusión política. Hablamos hasta el aburrimiento de nacionalismo, anti-nacionalismo, post-nacionalismo, etc. pero evitando siquiera mencionar su opuesto más evidente. El nacionalismo consiste en la lealtad a la tribu. El cosmopolitismo, en la lealtad a la humanidad.

Los políticos prefieren mantener las distancias con el término porque si algo tan antiguo no ha logrado imponerse nunca, seguro que no sirve para ganar elecciones. Y cuando a alguien se le ocurre esgrimirlo, el "demasiado bonito para ser cierto" siempre aparece al rescate como argumento infalible. Mucha gente, por desgracia, cree que ser cosmopolita consiste en vivir en el centro de una gran ciudad y tener amigos extravagantes (algo en general bien visto, pero más estético que político). Y ahí nos quedamos.

Así, los defensores de la integración europea, auténticos cosmopolitas, han acabado haciéndose llamar europeístas. Sin embargo, el europeísmo arrastra el maldito "ismo" del español-ismo y el catalan-ismo. Sufijo que le fuerza a flirtear con cierto continente-nacion-al-ismo contaminado del tan occidental como dañino etnocentrismo. Lo cosmopolita de su mensaje se va difuminando así, desapercibido, mientras se adoptan casi sin querer los vicios de los "istas", cada vez más vulnerable a la confusión del prejuicio fácil (tipo: "elitismo austericida").

Pero lo gigante de la Unión Europea no es su ámbito geográfico: es unión en la diversidad y ¡funciona!

Si los críticos aciertan y el pecado del europeísmo es su elitismo y soberbia, y el del cosmopolitismo ser “demasiado bonito para ser cierto”; la virtud se encontrará en el punto medio. ¿Europolitismo? Sí. Cosmopolita es ciudadano del mundo así que europolita es ciudadano de Europa. Ciudadano porque comparte derechos y deberes con otros 500 millones de personas, todos y cada uno responsables del éxito o fracaso del proyecto político que compartimos. Porque la conciencia de esta responsabilidad enfoca la importancia de las ideas y valores que fundamentan las instituciones que personas completamente extrañas a nosotros con distintas nacionalidades, lenguas, convicciones políticas, creencias religiosas e incluso de generaciones que acabaron, han ido construyendo para protegernos de la guerra (a ti y a mí) y para garantizar nuestra libertad e igualdad.

La gratitud es una decisión no una circunstancia, por eso tiene sentido. El compromiso con un proyecto que nos trasciende a nosotros y a los nuestros en espacio y tiempo, tiene mérito. La dedicación a mejorar la vida de extraños a los que, aunque no lleguemos a conocer o comprender, ofrecemos lealtad y servicio simplemente por ser personas, merece orgullo.

Hace falta una fábrica de Ciudadanos así, como fueron José Ortega y Gasset o Salvador de Madariaga. Españoles Europolitas.

El Español ha puesto el nombre.

Nos toca poner el adjetivo.