Elogio de la excelencia

Por María Luengo (@luengomaria)

Ilustrado por Tomás Serrano

Desde hace algún tiempo vengo observando como muchos organismos, empresas e instituciones fomentan, incluso premian, un comportamiento mediocre.

Es increíble comprobar también cómo algunos favorecen no el esfuerzo ni el mérito, sino el amiguismo y el hacerlo fácil. Es la mediocridad como sistema, que se muestra no sólo en algunas personas más o menos vagas o pasotas, sino en lo más profundo de nuestra sociedad.

Un par de ejemplos; En algunas empresas, muchas veces los trabajadores deben optar por lo mejor para la empresa, es decir, ejercer bien su trabajo, o limitarse a obedecer. Paradójicamente, no suele coincidir, y con gran naturalidad abrazamos lo que sabemos que no está bien hecho, con tal de no discutir y no poner en peligro nuestro puesto de trabajo.

También lo he visto en la educación. En las pruebas de acceso a algunas universidades privadas, los alumnos prefieren hacer las pruebas sin esforzarse. Durante el curso se premia la mejora y la evolución, y por tanto no interesa dar el 100% desde el principio. Otra paradoja con la que convivimos tranquilamente, pero que a mí me revela, me enerva la sangre.

Es increíble ver cómo empresas y universidades premian la mediocridad, en vez de fomentar la competitividad sana y la excelencia, eso que permite sacar lo mejor de cada uno. Tampoco es baladí el conformismo con el que nos tragamos esas incongruencias del sistema y cómo evitamos cualquier situación comprometida.

Enlazo esto con un ejemplo de mediocridad que escuché a Manuel Pizarro en una conferencia sobre “La crisis institucional” que organizaba la fundación Valores y Sociedad, que preside Jaime Mayor Oreja. El sabido que el amiguismo llega a todas partes, e incluye la adjudicación irregular y fraudulenta de muchos proyectos públicos y privados. Esa corruptela de sobres y comisiones desemboca además en algo más grave; Los trabajos los realiza el amigo de turno, no el que mejor lo hace. Por tanto, el trabajo no será lo bueno que podría, y si no es bueno, la competitividad cae en picado. Al final, nos encontramos que en España no tenemos buenas infraestructuras, ni puentes ni edificios bonitos y bien construidos, y si te descuidas, ni ley ni orden.
Esto muy evidente, pero hay que señalarlo una y otra vez.

Y es que desgraciadamente, el refrán de que "el sentido común es el menos común de los sentidos" adquiere hoy su máximo esplendor. Coexistimos con un montón de comportamientos y decisiones absurdas, sin pies ni cabeza, con una naturalidad sorprendente. Hay que hacer hincapié una y otra vez en lo obvio, en lo evidente, como si lo natural y lo sensato se nos olvidara con demasiada facilidad.

Y yo desde aquí quiero animar a hablar, a decir la verdad, a actuar con sentido común, que siempre coincide con la postura más inteligente. Se puede decir de todo, con buenos modales, buenas formas, en el momento adecuado, sin agredir a nadie, eso también es un don y se aprende. Pero animo a no callarse antes tantas cosas absurdas; ante tantos sinsentidos que solo pueden dar fruto parcial y a corto plazo, y que lejos de fomentar la calidad y la excelencia, lejos de hacernos sacar lo mejor de nosotros mismos, nos arrastran hacia abajo, en modo "regresión" como Amenábar, si me permiten el homónimo cinematográfico. A este paso vamos a convertirnos en monos sin apenas notar la diferencia, como una involución.

Y en esta tesitura nace el periódico El Español. Pedro J Ramírez, uno de los periodistas con más raza de España, renace de sus cenizas, como el Ave Fénix. Inasequible al desaliento, incombustible emprendedor, trabajador incansable, pone en marcha un nuevo proyecto, y lo hace desde cero, junto a su hija María y al marido de ésta, llegados de Estados Unidos.

Ellos no pierden tiempo ni energías en la queja, y motivos no les faltan. Ellos piensan en qué hacer y cómo; abriendo un periódico, que es su especialidad, y online, con visión de futuro. El cómo ya nos lo han contado claramente; cuidando el contenido y la sintaxis, rescatando aquellos antiguos principios aristotélicos de fondo y forma, verdad y lenguaje.

Para ello se alían con los mejores profesionales de cada rama: El despacho de Abogados Javier Cremades, la empresa 93 metros de tecnología innovadora, Leticia Lombardero en Marketing. No podía faltar mi querido Ignacio Amestoy, el maestro, dramaturgo, gestor cultural y por supuesto periodista. Y más periodistas, con nombre y apellidos, con cara también, que nos han ido presentando estos días el nuevo periódico en las redes sociales. La letra es la “ñ”, el logo, un león.

Sus profesionales son dispares, de diferentes procedencias, pero tienen un factor común que les une: un proyecto ilusionante, moderno, independiente, libre, donde dar lo mejor de sí mismos, donde desarrollarse al máximo, donde publicar las mejores exclusivas. Y esto se llama excelencia, un oasis dentro del desierto, más necesario que nunca. ¡Enhorabuena, Español!