La campaña electoral que se avecina

New York Public Library

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Por Carmela Díaz

Danzad, malditos. Giros armoniosos de vals, taconeo flamenco, elegancia de quickstep, bamboleo de rumba, sensualidad de bachata, insinuante coreografía del vientre, agilidad de claqué, intimidad de bolero, complicidad de tango y hasta cuadrillas acompasadas de pericón. Los programas electorales y la ideología tradicional pasando a un segundo plano. ¿Quién quiere memorizar mítines tediosos cuando se puede entretener a la plebe emulando el salero del artista? Los aspirantes a gobernar velan sus armas electorales al son de un cha cha cha. De lo textual y programático a lo animoso y visual.

Jamás lo reconocerán, pero a los líderes actuales les preocupa más una imagen deslumbrante de sí mismos que las estrategias a largo plazo, las propuestas partidistas y las soluciones a los problemas ciudadanos. Como táctica para captar votos resulta insuficiente, pero en estos tiempos de imagen frente a contenidos, de inmediatez frente a reflexión, nunca se sabe. En el máximo esplendor de una sociedad banalizada, la televisión es el instrumento más eficaz para gobernar -sin olvidar las redes sociales-. Las masas son cada vez más pueriles y una programación acorde a sus nulas aspiraciones resulta acertada para acrecentar la mansedumbre ciudadana.

Las democracias modernas sustentan sus pilares en el control político de los medios. Los partidos son conscientes de ello y los propietarios de los principales grupos editoriales se dejan querer: el alcanzar poder pasa por la previa sintonización de sus canales y frecuencias. Con independencia de la conveniencia de esa escenografía lúdico-festiva, los recientes espectáculos nos anuncian que se avecina una campaña electoral repleta de aspirantes a showman, festivales de coros y danzas, actuaciones de vergüenza ajena, gansadas y contenidos ideados para provocar memes virales.

Se nos encumbra un Albert Rivera como previsible rey de la pista por tener la llave para abrir el baile de los pactos y gobiernos. Le va a tocar danzar con la grandilocuencia hueca de Sánchez o la inamovilidad patológica de Rajoy ante la perpleja cara de un Iglesias compuesto y sin pretendientes para marcarse un zapateado pintón. Aunque el próximo 20 de diciembre en Génova no estarán para bailes y jolgorios. Creo.