El sermón en la era del eslogan

REUTERS/Eric Thayer/Files

REUTERS/Eric Thayer/Files

Por Mariona Villaro

Me gustaría inaugurar mi primer post en los blogs de “EL ESPAÑOL” con una escueta presentación: me llamo Mariona Villaro; soy licenciada en Publicidad y relaciones públicas pero, debido a un giro en mi carrera profesional, en unos meses seré doctora en Filosofía, si todo va bien.

Durante mis estudios de publicidad aprendí que lo importante es recurrir a ideas simples y sugestivas, que apelaran al sentimiento más que a la razón lógica. Tiene todo el sentido del mundo, dado que estamos inmersos en una sociedad en la que nos llegan millones de mensajes diarios; un anuncio ha de sobresalir, y no lo conseguirá a través de una argumentación larga y razonada.

En filosofía, por el contrario, lo que hacemos es ir matizando y discerniendo hasta la saciedad, para no caer en simplificaciones burdas y poder encontrar el verdadero “meollo” del asunto. Un profesor mío comentó una vez que la filosofía es el arte de ir haciendo distinciones cada vez más sutiles, como las que se hacen con el láser que utilizan las modernas técnicas de cirugía. También he de decir que ese mismo profesor comentaba en tono jocoso que su madre siempre le recriminaba lo mismo: “Hijo mío, los filósofos sois gente que, donde todo el mundo ve una solución, vosotros veis un problema”.

Esta anécdota me resulta verdaderamente curiosa, porque justo el director de la facultad donde estudié publicidad nos decía: “Chicos, un publicista es aquel que, donde los demás ven un problema, él lo considera una solución: la ventaja distintiva del producto”. Ponía como ejemplo un anuncio de Cola Cao que, tratando de combatir la feroz competencia de Nesquick, ponía de relieve lo deliciosos que son “los grumitos del Cola Cao”.

Hasta aquí todo correcto. Tanto la publicidad como la filosofía cumplen funciones muy importantes en nuestra sociedad, y no seré yo la tonta del pueblo que trate de defender la superioridad de una sobre la otra, como quien asegura que las peras son mejores que las manzanas.

La problemática la veo yo en otro aspecto. Noto que, cada vez más, hay gente que consume filosofía u otras áreas del saber, como la historia, la economía, el derecho o la ciencia política, como un producto más con el que satisfacer sus ansias de sentirse en posesión de la verdad; o, dicho de una manera más sencilla, sus ansias de tener razón.

Se produce entonces un consumo rápido de cultura, realizado con una lectura que no es ni pausada, ni crítica ni reflexiva, sino que está hecha con el ánimo de ver confirmadas las premisas de base que cada uno tenga. El resultado, a mi entender, es inquietante: una legión de personas que se consideran cultas y bien formadas y que, en muchos casos, no pueden resistir el deseo de demostrar lo llenos de razón que están, y lo bobos que son los demás.

La mejor muestra de esto la podemos encontrar en redes sociales, especialmente en Twitter, pero también en otras como Facebook. Allí vemos entrar en un diálogo de besugos gente con posiciones diametralmente opuestas, que se van arrojando entre ellos los diferentes eslóganes en los que han convertido las teorías a las que pusieron años de dedicación y reflexión: filósofos, historiadores y economistas, entre otros. Y esto al menos cuando entran en diálogo. Otros simplemente se dedican a rebuscar tuits escritos por gente que no opina como ellos, para enseñárselo a sus seguidores y reírse todos juntos de lo estúpida que es la gente.

Facebook, en la medida en que tiene un carácter más privado, resulta menos agresivo; al fin y al cabo, son familiares y amigos los que publican y uno no quiere, por lo general, decirle públicamente a un ser querido que lo que está diciendo son sandeces. En este sentido, las discusiones en Facebook son un poco más civilizadas. Sin embargo, esta red social no se ve libre del constante sermón con el que nos acosan sus usuarios: desde las frases de Paulo Coelho, hasta la difusión y defensa de diferentes causas que no son, en principio, malas en sí mismas (defensa de los animales, consejos para una vida sana, solicitud de apoyo para alguien que necesita ayuda, etc.)

No sé ustedes, pero yo, ante todo este panorama, acabo agotada: cansada de tanta simplificación, de tanta agresión, de tanto eslogan manoseado, de tanta solicitud de apoyo para una u otra causa. Se nos acusa a los occidentales de vivir en la indiferencia, pero nadie parece darse cuenta de que quizá dicha indiferencia es sólo una defensa inconsciente a tanta sobrexposición a basurilla tóxica digital.

Quizá, ¿eh? Sin ánimo de sermonear.