A Judas no le sustituyó ninguna mujer

REUTERS/Max Rossi

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Por Pedro Peral

La elección de Francisco papa de la iglesia ha levantado multitud de valoraciones, en general muy favorables por el comportamiento sencillo, humilde y orientado hacia los más necesitados. Si esta es la forma, nada induce a pensar que vaya a revolucionar el legado recibido de Jesucristo, del que la Iglesia es depositaria, no creadora; al no estar sometida a sondeos de opinión y mantener fidelidad a sus convicciones.

Una de las reivindicaciones con más insistencia planteadas es la del sacerdocio femenino. Es la pretensión de grupos progresistas, algunos paradójicamente extramuros de la Iglesia católica, de que las mujeres sean autorizadas a ejercer el ministerio sacerdotal, frente a la postura de Roma, seguidora de la Tradición, entendida no como costumbre antigua, sino como garantía de la voluntad de Cristo sobre la constitución esencial de su Iglesia.

La objeción más común es que Jesucristo obró de este modo para conformarse con los usos de su tiempo y de su ambiente: el judaísmo, en el que las mujeres no desempeñaban actividades sacerdotales. Precisamente respecto de la mujer, Jesucristo no se atuvo a los usos del ambiente judío en el que las mujeres sufrían ciertamente una severa discriminación desde el momento de su nacimiento. Por eso, la actitud de Jesús respecto de la mujer contrasta fuertemente con la de los judíos contemporáneos, hasta el punto tal que sus apóstoles se llenaron de maravilla y estupor ante el trato que les brindaba.

Así, vemos como conversa públicamente con la samaritana, perdona a la adúltera, mostrando de este modo que no se puede ser más severo con el pecado de la mujer que con el del hombre y toma distancia de la ley mosaica para afirmar la igualdad de derechos y deberes del hombre y la mujer respecto del vínculo matrimonial.

Sin duda, la más solvente pista para centrar el sacerdocio femenino es examinar si el fundador de la Iglesia quiso o no quiso ordenar mujeres.

Jesús eligió a doce apóstoles, ninguna mujer, a pesar de que lo acompañaban muchas y destacadas discípulas. Siguiendo esta voluntad expresa, las comunidades cristianas interpretaron de la misma forma el mensaje recibido. Y así, cuando en el colegio apostólico se produce una baja, Judas Iscariote podía haber sido sustituido por una de las numerosas mujeres que aparecen en los evangelios, más idóneas por su cercanía a Jesús; sin embargo, elige a Matías, (Hechos 1,15-26) un discípulo anónimo hasta ese momento.

Como se ha escrito, los modelos de la Iglesia no son los obispos ni los sacerdotes, sino los santos, que son ejemplo, no por la función que desempeñan sino por el grado de unión con Dios. Ni Santa Catalina de Siena ni San Francisco de Asís fueron sacerdotes y, sin embargo, tuvieron enorme influencia en la sociedad de su tiempo.

En el avión de regreso a Roma de su viaje a Cuba y EEUU los periodistas volvieron a plantearle al papa Francisco ¿Mujeres sacerdotes? “Eso no puedo hacerlo”, contestó el Pontífice. “¡No porque las mujeres no tengan capacidad. En la Iglesia, las mujeres son más importantes que los hombres. Y la Virgen en más importante que los papas!".

En suma, los católicos debemos ver en la firmeza de la Iglesia en este tema la seguridad de que seguimos los pasos de aquel nazareno que perdonaba a todos y aliviaba el sufrimiento de los más necesitados.