El bosque del delito y el delito del bosque

El actor Fan Chad Evett en la premier de Alicía a través del espejo/Mario Anzuoni/Reuters

El actor Fan Chad Evett en la premier de Alicía a través del espejo/Mario Anzuoni/Reuters

Por Manuel Asur

“Caminaba por el bosque, cuando divisé un hombre en lo más alto de un árbol. Quise probar una ley de Newton, la caída libre de los cuerpos, y le arrojé una piedra. El hombre cayó como caían los guerreros de la Ilíada, con estrépito. Y murió. Me senté junto a su cadáver y le dije: si yo hubiese confiado en Newton y no hubiera leído la Ilíada, estarías vivo. Tuve que arrojarte la piedra para poder comprobar por mí mismo que el célebre físico y Homero no me engañaban”.

Esto me contó, hace tiempo, un personaje de Lewis Carroll en un día de debilidad mental. Naturalmente, yo le increpé. Me enfureció tanto aquel despilfarro, aquella vil tranquilidad para lograr su propósito que le amenacé con denunciarle.

Entonces, muy serio, él me replicó: “Te equivocas. La verdad, el bienestar, los descubrimientos relevantes se apoyan, sobre los hombros del exceso, el despilfarro, la corrupción y el crimen. Por ejemplo, la paz instaurada después de la Segunda Guerra Mundial fue debida a un combinado de ciencia y técnica aceleradas por la situación bélica. Así se consiguieron las bombas arrojadas sobre Hiroshima y Nagasaki. Y el ingenioso antropólogo e historiador francés, René Girard, ha desarrollado una inquietante teoría cuya significación profunda estriba en mostrar cómo la ‘violencia fundadora’, ‘un chivo expiatorio’ y ‘los sacrificios’ están en el origen, en las fronteras de lo sagrado y de las religiones positivas. Para progresar, éste es el precio pagado. En los acontecimientos de carácter político y económico lo mismo. Recuerda los orígenes o fronteras del comunismo y el capitalismo”.

Hablemos, pues, de orígenes y fronteras. Esas mismas que has nombrado pero en el presente. Convendrás conmigo en que el capitalismo es bueno, porque todos necesitamos capital para vivir. El comunismo también, porque todos necesitamos un Estado que nos proteja y distribuya la riqueza sin que nadie nos robe, según los revolucionarios. Sin embargo, un capitalismo donde el Estado no exista, sino una aristocracia dueña de haciendas y vidas, nos retrotrae a un pasado de explotación y desarraigo. Y de un Estado, como el comunista, que todo lo interviene, prohíbe la propiedad privada y no ofrece más opciones que las dictadas por el partido en el poder − la aristocracia roja −, ¿qué se puede esperar? Ya lo sabemos. La imposición moral e ideológica, la escasez material y el secuestro de la libertad. El Estado excesivo o las insuficiencias del mismo han sido y son los grandes obstáculos para el desarrollo de los pueblos. Es una pérdida de tiempo, una estupidez que aún se siga cavilando sobre el capitalismo y el comunismo, mientras que el pensamiento contemporáneo pasa por una nueva frontera, por un nuevo espacio o límite regulador de naturaleza liberal o libertaria. Bien lejos de ambos sistemas liberticidas.

La criatura de Lewis Carroll me respondió contundente: “Yo no he tenido otra opción que arrojar la piedra al hombre encaramado en el árbol. Y siento que sólo su muerte me haya permitido averiguar que ni Newton ni Homero mintieron. Entré en un bosque para ocultarme de la obsesión fiscal y escrutadora del Estado. ¿Cómo no aplaudir la evasión de capitales con todos sus paraísos? No es mi avaricia, sino la avaricia pública la que me obliga a burlar las leyes y a sumergirme en un delito del que no me avergüenzo. Al contrario, presumo de él. Me parece bien que tú hables de una frontera sin estúpidas cortapisas, de un lugar fronterizo donde nada se prohíba y regule todo, donde nada se recorte o paralice ni se maree la perdiz. De un mercado libre. Pero eres un iluso".

"Pues aún muchos se preguntan, como Lenin, ¿libertad, para qué? Odian esa palabra. La odian las momias del Caribe, el Foro de São Paulo y algún partido político de embalsamados españoles. Para ellos, la libertad, sin el control del líder octópodo, es libertad burguesa. Y burguesía significa pobreza, desempleo y esclavitud. La historia ha demostrado todo lo contrario y sin embargo, ¿cómo es posible que aún consigan embobar a multitudes en nombre de la justicia distributiva y la competencia productiva? ¿Libertad, para qué?, preguntaba Lenin. ¿Para evitar decisiones extremas como la mía? Sin duda que sí. Libertad para progresar sin cadáveres. Sin el cadáver de Lenin que fue la ley justa y sin la injusticia que fue la libertad de Lenin”.

Cuando el intrépido activista se fue, pude observar cómo miraba inquieto a un lado y a otro de la carretera hasta adentrarse otra vez en el bosque. Quise avisar a la policía. Pero no me decidí porque sin su osadía no hubiera sido posible imaginar un nuevo hábitat fronterizo, una nueva encrucijada con indicadores hacia la ciudad más deseada, la ciudad sin bosques, de inmensas avenidas para la libertad.