Política fronteriza

Por Manuel Fernández Lorenzo (profesor de la Universidad de Oviedo)

Movimientos crecientes de refugiados, emigrantes, pateras, exiliados políticos, terrorismo producto de fanatismos religioso culturales, aglomeraciones e intentos de saltos en los pasos fronterizos, etc., copan cada día los titulares en las noticias de los mass-media, sobre todo en los países democráticos occidentales, incluida Rusia. No hace mucho estábamos acostumbrados a que los titulares los copasen otras preocupaciones, como el virtual triunfo de la democracia liberal a nivel mundial, sobre el que Francis Fukuyama quiso extraer la conclusión de su Fin de la Historia, tal como había anunciado Hegel tras la batalla de Jena en la que Napoleón destrozó definitivamente el Antiguo Régimen representado aun por el Sacro Imperio Romano Germánico. Inglaterra no tuvo entonces más que derrotar al corso en Waterloo para que la democracia liberal empezase a adueñarse del mundo. Solo que la entonces imperial Inglaterra chocaría con dos nuevos imperios emergentes, el alemán de Hitler y el soviético de Stalin, para derrotar a los cuales se necesito la ayuda, a la postre decisiva, de la nueva superpotencia norteamericana.

Con la caída del muro de Berlín se podía decir que se había demostrado que la democracia liberal, junto con la economía de mercado -como la mejor forma de asignar recursos, aunque se corrigiesen sus crisis cíclicas con intervenciones de poderosos estados fiscales, dotados de gigantescas reservas monetarias-, eran las fórmulas políticas mejores para un desarrollo que aunara justicia social con eficiencia económica. Pero la caída del muro de Berlín que condujo a la caída de los regímenes comunistas de la Europa del este y de la propia Rusia, produjo un efecto excepcional e inesperado en el caso de la antigua Yugoslavia. Allí se origino una cruel guerra civil debida a problemas de fronteras culturales, una guerra de nuevo tipo en la que ya no se enfrentaban principalmente la monarquía con la democracia, ni el capitalismo con el comunismo, sino cristianos occidentales croatas contra cristianos ortodoxos serbios y ambos a su vez contra musulmanes bosnios.

Prueba de ello fueron las respectivas solidaridades que impulsaron la intervención en el conflicto de la OTAN, de Rusia y de los principales países musulmanes. En este ocasión fue el historiador estadounidense Samuel Huntington quien con su famoso ¿Choque de civilizaciones? quiso corregir el Fin de la historia de Fukuyama con el pronóstico de la persistencia futura de un nuevo tipo de guerras y conflictos fronterizos para los que la política de la triunfante democracia liberal, a nivel global, no parecía tener respuestas. Es más, podía ser objeto de una nueva amenaza totalitaria tan fuerte y potencialmente extensa como fueron las amenazas del totalitarismo comunista o fascista.

En tal sentido algunos avispados comentaristas políticos han empezado a ver en el Estado Islámico resultante de la llamada guerra de Irak y de las actuales guerras de Siria, Libia Yemen, Mali, etc., un núcleo o germen de estado-guía de los movimientos islamistas similar a lo que fue el estado soviético surgido de la Primera Guerra Mundial y que se convirtió en el estado-guía del proletariado mundial, dividido entonces entre partidarios de la moderación y el acceso democrático al poder (la socialdemocracia de Bernstein y la IIª Internacional) y los partidarios de la revolución violenta (Lenin y la IIIª Internacional). De la misma manera parece hoy que se empieza a dividir el magma musulmán entre radicales y moderados que comparten, sin embargo, el sueño ya no utópico, como era en el caso del estado soviético, sino del sueño ucrónico de permanecer fuera del tiempo histórico que exige la secularización occidental que separa los poderes políticos y religiosos, clave decisiva del superior poder y progreso civilizador.

Por ello, las políticas multi-culturalistas de mezcla indiscriminada y sin exigencias claras de aceptación de los principios liberales como principio que delimitan fronteras, no solo políticas o sociales, sino también culturales, se están demostrado peligrosamente erróneas tras los ataques islamistas de terrorismo religioso-cultural que van aumentando en crueldad y capacidad de hacer daño. De repente nos hemos dado cuenta de que lo que ocurra o deje de ocurrir en nuestras fronteras podría tener consecuencias letales para la propia continuidad y recurrencia de nuestro exitoso sistema de valores occidentales.