Juego de siglas

Sánchez y Rajoy, al inicio del debate

Sánchez y Rajoy, al inicio del debate Efe

Por Santiago González Escobar

"Que una mayoría de españoles quiere cambios es tan cierto como que una gran mayoría comparte una idea de España que es incompatible con poner en riesgo la unidad nacional. Los tres partidos que pueden garantizar ambas cosas -regeneración y unidad- deberían colaborar, por su propio bien y el del país”. Este es el editorial de EL ESPAÑOL del 22 de diciembre, el cual lleva por título “Por un gobierno PP-PSOE-C's con un presidente de consenso”. A priori, podría parecer una proclama amena, sensata y tentadora. Podría.

Y es que me suscita cierto interés el juego de números asociados al cambio, pues si el 50’73% de la población que acudió a votar consideró al PP y al PSOE como los partidos más capaces, es extraño que, con todo su negro historial a sus espaldas, el editorial de este periódico pueda hablar de que una mayoría de españoles quiera cambio. Más bien, diría yo, que una mayoría de españoles aún siguen aferrados a la doctrina de partido en cualquier circunstancia. Los carnets azul y rojo aún siguen presentes en las carteras de muchos ciudadanos. Y eso, se mire por donde se mire, no representa ningún cambio, sino justamente todo lo contrario.

Por otra parte, y yendo al centro de la cuestión, me suscita aún más interés que los tres partidos mencionados sean los que puedan garantizar la regeneración de España, algo que podríamos catalogar fácilmente de absurdo. Acepto, no obstante, la excepción del partido de Albert Rivera en algunas cuestiones, pero tanto PP como PSOE llevan años escenificando la antítesis de la regeneración en España. Tanto es así que sin ellos jamás se hubiese contemplado la aparición de los nuevos protagonistas políticos: Podemos y Ciudadanos.

Porque si rogamos al cielo que la colaboración entre los partidos tradicionales -y no estaría de más llamarlos también tradicionalistas en lo que respecta a sus usos y prácticas de partido caciquiles, así como dentro de las instituciones- sea una condición para el bien del país, yo, y lo reconozco abiertamente, estoy empezando a asustarme. La esquizofrenia política colectiva tras el 20D ha alcanzado máximos muy preocupantes, y es que nunca entendí que el azotador fuese el remedio para deshacernos del que blande el látigo. Es como desear, felizmente, una de cal y otra más de cal. De hecho, el propio Rivera llegó a afirmar que “respaldar el modelo PP-PSOE sería defraudar a mucha gente”, y ahora miren su predisposición a la coalición de las coaliciones. Qué español todo.

Decían algunos, de forma extendida, que era la envidia el deporte nacional. Pues bien, se equivocaban, pues es a ver quién pierde más rápido la memoria política nuestro deporte estrella. Pretender esperanzadamente auspiciar al PP a los cielos de una nueva oleada de cambio y reforma constitucional (que necesariamente implica carácter progresista, y progresismo y Partido Popular forman un triste oxímoron) es no haberse enterado de nada o, como poco, querer olvidar forzadamente. Y en esa estamos, una vez más, desde que supimos los resultados electorales.

En mi caso personal no sabría dar una alternativa después de formular esta crítica, pero es que tampoco es mi obligación aportarla. Pero, lo que sí tengo más que claro, es que no quiero más alternancias ni cosas que se le parezcan un ápice. Por mí podrían todos irse al garete o, siendo algo más serios, podrían volver a celebrarse elecciones generales para que tanto Podemos como Ciudadanos terminasen de completar la tarea histórica para la que, según muchos, están llamados: fagocitar a socialistas y populares respectivamente. Y no con ello se solventarían todos los males del país (o Estado, según las iluminadas voces soberanistas), pero al menos el remedio no sería peor que la enfermedad, como ahora.

Que nadie confunda mi beligerancia con el pesimismo, pues aún sigo esperando un partido que afiance su programa en un pilar central de justicia social sin los fantasmas del nacionalismo sobrevolando sus siglas. Y me temo que “los partidos del cambio” no reúnen ambos requisitos, pues ambos carecen de lo que el otro posee. Eso sí, que tengan larga vida en su lucha contra el fraude de los dos grandes, pues por algo empieza el cambio. Porque aunque David se llegue a corromper tras su éxito bíblico prefiero su triunfo a la barbarie que supone Goliat.

Reconozco también que siempre que puedo aprovecho la oportunidad de hacer llamamientos cívicos y patriotas, pero he de decir que cada vez más me duele España, porque cada vez más me matan los españoles.

Firmado, un español.