Camba, en Santander

Flickr/El coleccionista de instantes

Flickr/El coleccionista de instantes

Por Manuel Peñalver Castillo

Mañana, 20 de diciembre, es el día esperado. Nunca los sondeos elevaron las emociones a la categoría de silogismo y a incógnita pendiente de resolver como en esta ocasión. Las páginas en blanco lo tienen difícil, puesto que los caracteres con espacios no conocen la bifurcación como antes. La incertidumbre ha dejado de ser un rumor que la evidencia destruye. La multitud de indecisos saldrá de su indefinición. El color de las papeletas no es un sueño que nos confunda. ¿Qué hubiera escrito Camba sobre el debate entre Rajoy y Sánchez? ¿Nos recordaría el que celebraron Nixon y Kennedy en 1960? ¿Nos rememoraría la frase «Cuando la leyenda se convierte en un hecho, publicamos la leyenda», que le dijo el periodista a Ransom Stoddard (James Stewart) en El hombre que mató a Liberty Valance de John Ford? Sus textos acuden a nuestra memoria como si fueran poemas que perduran en su métrica.

Hoy, sábado, me encuentro en Santander. El Centro Gallego de la capital cántabra me ha galardonado por mis artículos sobre el insigne gallego de Vilanova de Arousa. Doy las gracias a esta asociación cultural y, en particular, a su presidente José Antonio Otero, hermeneuta de La casa de Lúculo o el arte de comer, el mejor libro de cocina que se ha escrito en español. El Centro Gallego de Santander preserva el recuerdo del eximio articulista con especial dilección. Un premio de relato corto lleva su nombre. Este año ha sido la XVI edición. Además, en un inmediato futuro su junta directiva nos sorprenderá con una convocatoria cuyo objetivo será prestigiar la obra del ilustre columnista; ejemplo de una escritura que nace en Quevedo, se proyecta en Larra, Umbral y Raúl del Pozo y se refleja en Antonio Lucas, Manuel Jabois y Jorge Bustos. Ha cambiado la forma desde aquel inicio hasta este otro, mas no el fondo que se hace eterno como una fotografía que vuelve a lo real. Leer a Camba es una hermosa aventura textual que nos aproxima a los instantes que hacemos nuestros en el horizonte en el que se alza el día. El idioma esplende hace siglos y, en su misteriosa melodía, converge en el río secreto de la inagotable sintaxis. La agresión al presidente del Gobierno avergüenza a todos los demócratas y asusta a la razón. Los whasapp del agresor son la etimología de la violencia. El puñetazo ha sido un golpe en la mandíbula de todos. 

Las columnas de Camba fulgen y permanecen vivas ante nuestros ojos en estrofas que hacen que el camino así sea. La geometría de un artículo suyo es como si hubiera palabras a la espera de llegar a su destino en los ansiados párrafos que anhelamos escribir en la última columna. Allí, donde navegan las rimas en su venturosa inocencia para buscar lo soñado en el mar de Ulises, que no tiene otra firma que la propia. El ahora está en el autor de Maneras de ser periodista y solo en él. Nadie lo pone en duda; ni siquiera aquellos que se atreven a publicar en un periódico para imitarlo. Al cabo de las generaciones, la lluvia sigue caligrafiando el cielo de la mañana, aunque en la sombra creciente del otoño el suelo no esté mojado.

¿Qué entendido se atreve a decir después de la relectura de Fígaro que la literatura es superior al periodismo? ¿Quién cuestiona que el hijo dilecto de Vilanova, Kapuscinski, Tom Wolfe y Gay Talese no escriben como Tolstói, Steinbek, Truman Capote o George Orwell? ¿Dónde está el desacuerdo que nos seduce como una voz cómplice que, tal vez, intenta equivocarnos? De nuevo, la respuesta a modo de pregunta versifica la retórica. «Un idioma que estuviese obligado a ajustarse a la gramática sería algo así como una naturaleza que estuviese obligada a ajustarse a la historia natural», señalaba Camba, como si la prosa fuera un hexámetro invocando la Eneida en el titular.

Camba no hay nada más que uno. Nadie más que él mismo se le parece. Su estilo y su genialidad paraban los relojes. Una escritura que tanto se asemeja a Venecia nunca puede caer en el olvido. Quinientas o seiscientas palabras serán las que han sido cuando estén escritas para hacernos ver el lugar exacto que ocupa la realidad en el teorema de la vida. La gramática del oxímoron nos hace entender la existencia de otra manera. En su íntimo diálogo, los periódicos de la época fueron el recuadro donde el humor y la ironía eran un mensaje nunca descrito en los libros. Para Camba, como para Philip Graham, editor del Washington Post, «el periodismo es el primer borrador de la historia». Hay frases por las que siempre hay que beber la última copa, cigarrillo en la mano, hablando con uno mismo.