Tanta cobardía conduce al infierno

Angel Díaz/EFE

Angel Díaz/EFE

Por Juan Jesús Fernández Requena

Cuando uno se encuentra línea a línea, cara a cara, con afirmaciones como la del ministro Margallo (“en Cataluña hay una sublevación en toda regla y las sublevaciones se sofocan”) o con otras parecidas de responsables políticos de similar relevancia, me pregunto con rabia incontenida: ¿A quién o a quiénes se dirigen estas obviedades? ¿A quién o a quiénes tratan de zarandear? ¡Por el amor de Dios, señor Ministro!... ¿Ha formulado usted esta afirmación, con la misma claridad y mirando a los ojos de su amigo Mariano? Su afirmación la he escuchado, más o menos textualmente, tomando café con una magdalena en la barra de cualquier bar (dicho sea sin el menor ápice de menosprecio). Un ministro forma parte del poder ejecutivo. En este caso de un poder ejecutivo, con una potente mayoría absoluta, elegido en su día para tomar estas y otras decisiones de similar calado, y que ya no llegarán en esta legislatura. ¡Qué nos cuenta!

Sofoque usted, es decir, el Gobierno al que pertenece esta “sublevación en toda regla”. ¿O quizás he de sofocarlo yo, con mi café y mi magdalena, o cualquier otro de los ciudadanos anónimos, no indiferentes, que sufrimos la cobardía y complejos del Gobierno del que usted forma parte? En fin, siempre he pensado que las pancartas, los gritos, la cancioncilla burlona, con rima o sin ella, con más o menos razón y las manifestaciones reivindicativas, a veces cargadas de dolor y otras totalmente prescindibles, son tarea de quienes no tienen más que el derecho al pataleo, de quienes no pueden canalizar su malestar por otros medios; es decir, de quienes no pueden legislar cada viernes a través de un Consejo de Ministros, de quienes no pueden proponer leyes directamente en un Parlamento o de quienes no pueden, al menos, levantar su voz en las Cámaras.

Por favor, señor ministro, no redunde en la mediocridad de su Gobierno. No la explicite. No nos haga pasar por este trágala. No convierta en titular cualquier obviedad, como que en Cataluña hay una sublevación. Ya lo sabemos. ¿Quién no lo sabe? Eso no es un titular, no es algo nuevo. Ni siquiera es titular la vergonzosa quietud de quien ha de evitarlo, de quien tenía que haberlo evitado durante todos estos años. ¿Qué han hecho ustedes cuando un chaval no podía aprender en español en una parte de España? Ya es tarde para demasiados españoles. Pero aun así queda la esperanza de un gesto valiente. ¿Quizás esperan a la campaña electoral para explicar que van a hacer lo que no han hecho con una mayoría absoluta? ¿Esperan la barita mágica de algún sociólogo de medio pelo?

En fin, aun les quedan unas semanas, ¡ojalá que no la consuman diciendo sandeces con tono grandilocuente! ¡Cumplan su función! Si lo tienen claro háganlo. Si les puede la duda, la mediocridad, la cobardía, el esperar a que otro peor, con coleta o sin coleta, les haga mejores, es decir, eso que les viene pudiendo durante toda la legislatura, entonces no se molesten ni en hacer declaraciones. Mejor no hagan nada. Así sólo nos quedará un sabor amargo, pero no nos sentiremos humillados.

Aunque es poético, la afirmación de que “todos los cielos conducen a España” es presuntuosa. De acuerdo, amablemente presuntuosa. Mucho más amarga es la certeza de que estos miedos políticos, estos complejos políticos, estas incertidumbres políticas y tanta mediocridad política conducen al peor de los infiernos.