Novata en la ópera

Felipe Gabaldón/Flickr

Felipe Gabaldón/Flickr

Por Montserrat García González

El lunes fui a la ópera por primera vez en mi vida porque fui agraciada con un par de entradas de las que sortea EL ESPAÑOL entre sus accionistas. Tanto mi marido como yo, novatos en estas lides, llegamos con tiempo suficiente, arreglados sin excesos, muy normalitos. Fuimos los primeros en ocupar el palco, que tenía a la entrada una repisa para el bolso y unas perchas muy cómodas para dejar las chaquetas. Y es que dentro del teatro hay que estar en mangas de camisa, hay buena temperatura.

El teatro era precioso, con su tapicería roja, la grandiosa lámpara de cristal que cuelga del techo, las ocho alturas –creo que son ocho- del recinto. ¡Es altísimo! Y el palco real, con una visibilidad inmejorable, y que nadie ocupa, salvo los reyes cuando van. Nos hicimos unas fotos sentados en la barandilla de terciopelo rojo del palco y observamos a la gente que iba entrando. Todos iban vestido sin exageraciones. Olvidaos de encontrar a parejas tan arregladas como la protagonista de la película Pretty Woman. Saludamos a los compañeros de palco cuando llegaron y comenzó la función.

Nuestro palco estaba un poco ladeado y el escenario no se veía por completo, pero pudimos suplir esa deficiencia observando de vez en cuando una pantalla cercana en que se veían todos los detalles. Cantaban en italiano y la traducción se podía seguir a través de pantallas grandes dispuestas en distintos lugares del teatro. Daba tiempo a leer y a observar la actuación porque repetían mucho las estrofas y no eran muy largas. Los textos eran del mismo estilo: amor, rechazo, celos, engaños… Y es que el argumento era puro folletín y enredo. Eso sí, era imprescindible haber leído antes la trama porque si no, ni con la traducción leída cogías el hilo. Nosotros habíamos hecho “los deberes”, e incluso de camino al teatro, en el metro, habíamos ido repasando quien era cada personaje. Tenía su dificultad ubicar a cada uno porque había algunas cantantes que interpretaban a protagonistas masculinos. Ruggiero era una mujer con pantalones. Y hay un personaje femenino que se disfraza de hombre pero que sí es mujer en la obra (Bradamante). Un poco de lío. No sé si esto es habitual en las óperas. Parece que lo que prima es el tipo de voz para el que fue compuesto cada papel, y en su momento a Rugggiero lo iba a interpretar un “castrati”. Como ahora no tenemos este tipo de cantantes mutilados, hay que recurrir a mujeres con una voz similar.

El argumento de Alcina, que así se llamaba la ópera, se reduce a que Ruggiero está secuestrado y con su voluntad anulada en una isla placentera donde reina la Bruja Alcina. Hasta allí llega su amada Bradamente, disfrazada de hombre y acompañada de su preceptor, para salvarle. La bruja mala convierte en animales, piedras, o troncos a todos sus amantes “usados”, pero parece que esta vez está verdaderamente enamorada de Ruggiero. Éste es un personaje real como la vida misma, dominado primero por su amante Alcina y, luego por su amada Bradamante. Me pareció un poco pelele. Y Alcina, enamorada más de lo que hubiera querido de Ruggiero, va perdiendo su toque de bruja –no parece bruja en ningún momento- hasta convertirse tan solo en una mujer infeliz.

Todos cantaban como los ángeles y de vez en cuando lanzaban esos “gorgoritos” operísticos que parecen imposibles. El sonido era envolvente, estupendo. Nunca había disfrutado de algo tan perfecto. Había ido a musicales con música enlatada y, desde luego, la acústica no tenía nada que ver con lo que escuché en el Teatro Real. A veces ni leía la traducción, me bastaba con escuchar. Y disfrutar. Solo eso.

Yo llegué esperando ver un decorado con una isla fantástica, exuberante, digna de una bruja-diva como Alcina y, de repente , la ópera se inicia con un decorado de múltiples puertas.“ ¡Ya está, esto lo han acomodado al siglo XXI”-pensé. ¿Serán las puertas de un hotel de gran lujo?¿Camerinos de un teatro? La isla se ha convertido en otra cosa, menos exuberante, por supuesto. No conseguí averiguar dónde se desarrollaba la acción operística siglo XXI. Con esta decoración tan minimalista, a veces pensaba que los actores estaban en un quirófano, o en un taller de taxidermia, en un teatro dentro de otro teatro, en un circo con animales salvajes o visitando una urbanización piloto en las afueras. La ambientación, un tanto gris, no me quedó clara. Una novata operística como yo, esperaba derroche de colorido y lujo, un mundo de excesos visuales acorde con el empaque del Teatro Real.

Afortunadamente el derroche fue acústico, y mereció todos mis aplausos.