El comandante Iglesias

JuanJo Martín/EFE

JuanJo Martín/EFE

Por Pablo Díaz Pintado Fernández Pacheco

A pocas semanas de las elecciones generales que, previsiblemente, certificarán el fin del bipartidismo en España, se extiende la sensación de que el secretario general de Podemos perdió en los pasados comicios catalanes una batalla crucial en su estrategia de asalto al poder. En ese penúltimo round, Iglesias no sólo no alcanzó el cielo, sino que para enojo de Karl Marx, fue directo a la lona. La coalición de extrema izquierda Catalunya Sí que es Pot arrancaba con los 13 escaños obtenidos por ICV y EUiA en los anteriores comicios. Acabó con 11, y después de frotarse los ojos, despertó en medio de una amarga sensación de irrealidad. Sus proclamas de revolución social no cuajaron en un escenario plebiscitario, en el que, tras el atrezo autonómico, se dirimía el pulso secesionista. El discurso de Podemos, basado en “los de arriba y los de abajo” quedó reducido a la línea de alcance político de “Barrio Sésamo”. El maniqueísmo elemental del ceño fruncido, que defiende obviedades y no parece especialmente dotado para plantear soluciones creíbles a problemas concretos, se quedó fuera de toda posible alianza e influencia en el escenario catalán.

Pero, aparcada la decepción de la ingrata Cataluña, ¿qué defiende el altruista Podemos para mejorar la vida diaria de todos los españoles? ¿Qué país le provoca auténtica envidia a su guía espiritual? En marzo de 2013, recién fallecido el comandante supremo de la Revolución bolivariana, el ideólogo del partido de los círculos se mostró transparente en Venezolana de Televisión. La periodista le invitó a que se dirigiera a los españoles que vivían en el país suramericano y Pablo Iglesias, sonriente y confiado, dijo: “Pues qué envidia me dan porque la verdad es que, en estos momentos, tal y como está la situación en Europa, es muy interesante vivir en un país como éste, en el que se están produciendo tantos cambios y tantas transformaciones que pueden convertirse en un ejemplo democrático para los ciudadanos del sur de Europa”.

Sin un atisbo de ironía, concentrado y sesudo, Iglesias manifestaba, hace apenas dos años que Venezuela era “una de las democracias más consolidadas del mundo” y añadía que, desde su punto de vista, lo mejor de Hugo Chávez es que legó “una revolución bonita” que abrió a la humanidad “las posibilidades de construir un mundo mejor frente al mundo terrible en el que nos está tocando vivir”. Es verdad que el ideario del “comandante” Iglesias no destaca por su originalidad, pero, al menos, es de una claridad meridiana.

¿Y qué opina de la actual España constitucional y de sus símbolos? A fin de cuentas, hablamos del hombre que pretende ocupar La Moncloa, en mangas de camisa, en menos de dos meses. Pues bien, el audaz redentor definía, en 2008, el himno español como “una cutre pachanga fachosa”. En cuanto a la bandera, no parece tampoco de su gusto. Durante la jornada de reflexión de las elecciones del pasado 24 de mayo decidió disfrazarse de algo parecido a un jugador de fútbol, ataviado con una camiseta republicana, probablemente como anticipo de la bonita revolución que nos espera. Desde luego, resultó inevitable rememorar la elegante costumbre de vestir chándal con los colores de la bandera nacional que muestran repetidamente algunos presidentes de consolidadas democracias.

En relación a la Constitución de 1978, su opinión es coincidente con la ya expresada sobre el himno y la bandera nacional. En junio de 2013 pronunció una conferencia en una herriko taberna de Navarra, en compañía de Sabino Cuadra, el actual cabeza de lista de EH-Bildu al Congreso de los Diputados. Allí, Iglesias sostuvo que la Carta Magna no instauró unas reglas de juego democráticas, sino que, de modo lampedusiano, mantuvo los poderes y las élites económicas del franquismo, algo de lo que, en su opinión, se percató antes que nadie la izquierda vasca y ETA.

¿Y qué es para el nuevo mesías la democracia? Lo ha explicado con su habitual aplomo. Recriminado sobre el escrache que, en 2010, sufrió Rosa Díez en su visita a la Facultad de Ciencias Políticas de la Universidad Complutense, en el que fue acusado de instigador, un circunspecto Pablo Iglesias se defendió asegurando que, en realidad, no hubo boicot alguno, sino una mera expresión de “salud democrática”.

En su burbuja ideológica -sin duda, mucho más explosiva que la inmobiliaria- sólo el blanco y el negro encuentran acomodo. Los matices, los espacios de encuentro, son enemigos declarados de la estrategia de confrontación que bebe en la cloaca de la crisis.

Pero lo más meritorio es que carece por completo del sentido del ridículo. A ver si adivinan quién dijo esta frase el pasado 30 de octubre. “Que gobernemos es la única garantía de que España no se rompa”. Efectivamente, el mismísimo “comandante” Iglesias.